La vieja plaza, bordeada de hojas secas y campanas que resuenan en la madrugada, guarda el eco de palomas y gorriones que se aquietan con el rocío de la noche. En las primeras luces del día, el río Magdalena se despierta, sereno y poderoso, reflejando en sus aguas la tranquilidad de un lugar donde el tiempo parece detenerse. Aquí, cada amanecer es un regalo, un momento para sumergirse en la calma que solo este río puede ofrecer. El Magdalena, con su grandeza y quietud, inspira no solo a quienes lo recorren, sino también a aquellos que buscan en sus orillas un refugio del ajetreo diario. En su abrazo, uno encuentra la paz que solo la naturaleza puede brindar, haciendo de cada despertar un retorno a lo esencial.